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Símbolos

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ESCUDO

Se distinguen en él la Jarra de Azucenas, la Corona Real, la Palma y el Laurel, insignias que corresponden a la Fundación del Santo Hospital hecha por el Rey Alfonso V de Aragón. Este rey formaba parte de la orden de caballería llamada de la Terraza, fundada por uno de sus antepasados, el rey D. García de Navarra quien encontró en una en una cueva de Nájera una jarra de terraza – tierra – con azucenas junto a una imagen de la Virgen y la tomó como insignia de dicha orden de caballería pasando luego a ser un elemento integrante del escudo del rey.

Cuando Alfonso V, en 1425, fundó el Real Hospital general, de la ciudad y del mundo (urbis et orbis) de Ntra. Sra. De Gracias de Zaragoza, lo dotó espléndidamente declarándolo dependencia de la Real Casa de Aragón.

Al encargarse en 1804 la R. M. María Ráfols y primeras Hermanas del Santo Hospital del cuidado de los enfermos, les concedieron el privilegio de usar el escudo del Hospital en atención a haber tenido allí su origen.

Bien pronto se hicieron acreedores a poder usar derecho propio el Laurel, símbolo de la victoria, por las muchas que alcanzaron durante los memorables Sitios de Zaragoza, y la Palma emblema del martirio, pues apenas nacida la Congregación, nueve Hermanas de la Fundadoras murieron víctimas de la Caridad.

El de marzo de 1924 S.M. el Rey, en respuesta a la solicitud de la Congregación, resolvió lo siguiente: Se participe a la Madre General, Pabla Bescós Espiérrez, que este Ministerio – de Gracia y Justicia – no halla inconveniente alguno en autorizar el uso de los referidos emblemas como escudo propio de la Congregación. Ésta añadió el lema Ad Majorem Dei Gloriam – A mayor Gloria de Dios – que nos invita a hacer todo lo que podamos y cuanto mejor podemos para agradar a Dios en el servicio a nuestros hermanos necesitados.

El Escudo en un signo de la hospitalidad con el entorno en que vivamos diariamente y con el que nos identifiquemos. También es signo y motivo de gratitud por la Hospitalidad que el entorno tiene con nosotras.

JARRA DE AZUCENAS

Nuestras Primeras Hermanas asumieron la Jarra de Azucenas del escudo del Hospital de Nuestra Señora de Gracia como símbolo de identificación con la misión.

Su vida fue expresión de la encarnación de Jesús que se hizo hombre y se entregó para salvación de todos.

Como ellas, nos sentimos llamadas a vivir la misión con sencillez y gratuidad, con todo detalle y “con todo amor”, haciendo realidad las palabras de Jesús: “Lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños, a Mí me lo hicisteis”.

1044. En Nájera, el Rey García de Navarra encuentra escondida en una cueva, una imagen de la Virgen. A su lado, una jarra de barro con azucenas. Maravillado por este suceso, instituye la Orden de Caballería de la Terraza, – vasija de tierra- , la más antigua instituida por los reyes de España, cuya insignia es una jarra de azucenas, sobre manto blanco. Es el símbolo del misterio de la Encarnación.

El cántaro “milagroso” de la Madre María Ráfols

Cuenta la leyenda que la religiosa Madre María Ráfols, abnegada protectora de los heridos y enfermos durante la guerra de los sitios de Zaragoza, portaba un cántaro milagroso que siempre llevaba agua. Dice la tradición que los perores días del asedio, cuando las acequias de la ciudad habían sido cortadas por el invasor, para agobiar aún más a la afligida población sitiada, e impedir la sofocación de los pavorosos incendios que asolaban las ruinas, la Madre María Ráfols siempre encontraba en aquel cántaro agua fresca con la que aliviar a los heridos. Y por más que repartiera, nunca se agotaba.

Quizá sea tan sólo leyenda. No importa. Lo cierto es que así era su amor: inagotable para todos. El cántaro fue el símbolo de su vida; un compromiso cristiano de entrega a los necesitados.

El cántaro nos recuerda que Dios se acerca a nosotras en tantas personas sedientas de Él, de limpieza interior, de felicidad, de personas sedientas de Él, de limpieza interior, de felicidad, de salud, de vida plena…y nos pide de beber. A cambio no ofrece “un agua que salta hasta la vida eterna”.

Danos, Señor, tu agua, llena nuestro cántaro congregacional para que podamos derramarla y dar de beber a cuantos tengan sed.

EL CEPILLO – LIMOSNERO

El Padre Juan Bonal, Fundador de la Congregación, fue durante muchos años, veredero del Hospital en tiempos de escasez y dificultades. Recorría ciudades y pueblos, haciendo largas veredas, pidiendo limosna para las necesidades de los enfermos, ancianos, niños y gente abandonada, que se albergaba en el hospital.

El cepillo nos hace presente a este gran hombre, sacerdote, catedrático, que se hizo “pordiosero” (pedir limosna por Dios), por amor a los necesitados de pan, albergue, salud y calor humano. Juan Bonal recorría ciudades y pueblos despertando la solidaridad, anunciando el evangelio y perdonando los pecados. El es para nosotros testimonio de entrega desinteresada incluso en medio de dificultades, peligros y riesgos. El Cepillo – limosnero nos lo recuerda.

ALFORJA

El Padre Juan Bonal, Fundador de la Congregación, fue durante muchos años veredero del Hospital en tiempos de escasez y dificultades. Recorría ciudades y pueblos, haciendo largas veredas, pidiendo limosna para las necesidades de los enfermos, ancianos, niños y gente abandonada, que se alberga en el hospital.

Caminaba a pie o en una carretera, ligero de equipaje, con una alforja para abastecerse con lo imprescindible, que él llevaba o que las buenas gentes le obsequiaban.

Junto con el cántaro, también la alforja “ha configurado nuestro modo de ser Hospitalidad”. “Son para nosotras auténticos sacramentos. Nos hacen entrar en comunión con lo divino y nos lanzan hacia lo humano…Nos vinculan al misterioso sueño de Dios sobre la humanidad” (XXVI Capítulo General): Agua y pan para todos, vida abundancia, material y espiritual.

SILLA

Desde el inicio de la Congregación se invita a las Hermanas a preparar con esmero la acogida, a ser amables, delicadas y cuidadosas en la Hospitalidad.

Dicen las Constituciones de 1824 en referencia al trato con las enfermas que llegan al Hospital: “…tendrán siempre prevenida y bien dispuesta alguna cama de sobra en cada enfermería. Luego que llegue la enferma, la recibirán con afectos y demostraciones de atención y compasión; la sentarán en una silla que tendrán también preparada para que tome un poco de aliento, la desnudarán con el mayor cuidado que pida su delicadeza, y entretanto una Hermana o criada le calentará la cama en invierno o si su estado lo requiere…la acostarán con mucho cuidado y… le procurarán una taza de caldo u otro refuerzo que no le pueda dañar…” Esto se hace extensivo a cualquier otra actividad: educativa, pastoral o de asistencia social.

La silla es el primer lugar de la Hospitalidad, es el lugar del descanso, de la escucha atenta, al diálogo y discernimiento, del encuentro de intimidades, de dignificar a la persona. Ofrecer una silla es decir al que llega: estás en casa, eres mi amigo, quiero conversar contigo, eres importante para mí, me interesa tu vida y tu historia.

LA CRUZ

Es la señal de todos los cristianos. La Hermana de la Caridad de Santa Ana la porta con ella desde el inicio de la Congregación hasta ahora. Los primeros tiempos la cruz congregacional era grande y se llevaba en el pecho, sujeta al ceñidor. Desde el Concilio Vaticano II se lleva colgado del cuello no prendida del hábito, en el lado izquierdo del pecho, y tiene grabada en su parte inferior la jarra de azucenas.

La cruz nos hace presente a Jesucristo, que pasó por el mundo haciendo el bien, nos amó hasta el extremo y se entregó hasta la muerte por nuestra salvación. Nos hace presente también a todos los que hoy sufren el dolor, la incomprensión, la injusticia, el abandono, el rechazo, la agresión… y nos invita a ayudarles a llevar su cruz, a servirles con amor, fe y esperanza.

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